El Acomedido Choqueco

AUTOR
Pablo Enrique Medina Sanginés.



Al igual que mis amigos, también yo, miraba a los choquecos con indiferencia, considerándolos como pájaros inútiles. Su canto carrasposo y seco, muy desagradable al oído, deterioraba su imagen muy disminuida por todo lo malo que se decía de él.

A pesar de todo nuestro desagrado, la naturaleza nos obligaba a que siempre tuviéramos cerca de esta menospreciada avecilla. Anidaban a nuestro alcance, su vuelo era pesado y corto y su constante remedo de canto delataba su presencia. Lejos de perseguirlo, los “churres” que salíamos de cacería, evitábamos apuntarle con nuestras hondas por la creencia existente entre la “churrada” de que si se les disparaba o apuntaba, los jebes de las hondas se “picaban” arrancándose luego; y que si se tomaban de sus nidos, que eran unos verdaderos chopes de espinas, producían verrugas en las manos.

Esta mala fama era para este cenizo animalito una coraza que le deba protección y que le permitía multiplicarse velozmente. Nadie, jamás, perdía el tiempo persiguiéndolo u osaba siquiera apuntarle. Nuestra ilusión era cazar una celeste luisa, una auri-negra chiroca, un “negrito”, una zoña silbadora o un saltarín pico-mote; aunque lograr estas presas nos significaran largas caminatas. En una ocasión, cuando en una de estas “cacerías” seguíamos a una zoña pico largo, muy apreciada por su silbo, la que trataba de alejarnos de su nido, Ítalo, mi acompañante, de un certero hondazo la derribó herida de muerte.

Al exhalar el último suspiro, su cuerpo aún tibio se estremeció en mis manos y abriendo el pico soltó un gusanillo.

Lo entendí todo. Mi pecho pareció encogerse y el paisaje dentro de mi se tornó gris. Miré a mi amigo pero la palabra estaba ausente. Emprendimos el regreso, uno detrás del otro, llevando grabado en nuestro ánimo la imagen de la inerte avecilla colgando de un chamizal. Aquel día, el fuego dio cuenta de mi honda; y en la noche, mi cama, por primera vez sostuvo mi cuerpo despierto por mucho tiempo.

Una semana después, como atraído al lugar de mi delito, vagué solitario dando rodeos hasta llegar al escenario de mi maldad. Me parecía que los ruidos y los colores estaban ausentes en aquel paisaje, cuando de pronto, entre la “horqueta” de un algarrobo distinguí un nido.

Sentí un arañazo en mi corazón, mis piernas temblaron y reparé que mis manos estaban haladas. De repente, escuché a unos polluelos de zoña reclamando su alimento, y mi mente se negó a aceptar lo que estaba viendo. De rama en rama, saltando hacia el nido, como para aumentar mi sorpresa, vi a un choqueco llevando alimento en su pico para aquellos polluelos que no eran suyos.

La dicha iluminó mi cara y todo mi ser fue una alegre campana, por lo que quería gritar, cantar, saltar, bailar. Aquella noche parecía que el viento estaba cargado con música celestial y a su arrullo dormí como en las nubes y en sueños vi danzar un coro de choquecos interpretando el canto de todas las aves.

Desde aquel día, todas las tardes acudía hasta ese rincón que se convirtió en un lugar de reconciliación y de paz en donde me deleitaba mirando hacia el nido del que un día vi, sonriente, que dos hermosas zoñas se lanzaban en temeroso vuelo.

Nunca quise comentar sobre esto, hasta hoy que se lo platico muy bajito en el oído de Zulme Pamela, la menor de mis hijas, a quien deseo contagiar mi cariño hacia el choqueco, porque estoy seguro que en los campos que rodean a mi pueblo, deben estar volando alguna zoña-choqueco, alguna luisa-choqueco, alguna chiroca-choqueco, algún negro-choqueco o algún picomote-choqueco.

4 comentarios:

  1. ME hiciste un puño el corazón, choqueco!

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  2. Hermosa historia,gracias.
    Los choquecos se llevaban los pasadores de los zapatos para sus nidos, hermosas aves. Al costado de mi casa había un algarrobo, allí anidaban, se llevaban mis pasadores y los tejian en sí nido jajaja que recuerdos. Me hiciste recordar algo similar con una soña. Concluyo insistiendo en la protección de nuestra especie.

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  3. Gracias por tu hermoso relato,si efectivamente su llamado silbar era más bien una silbatina,pero como todo ser viviente de sentimientos nobles; la nobleza se lleva en el alma... Saludos

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