LA TABLA


Seudónimo : (“Paly”)

            Si existe un personaje al que el pueblo de La Huaca, a lo largo de su historia, le haya brindado cariño, respeto, consideración y gratitud, ese es el MAESTRO.  El maestro ha sido todo para ese pueblo, pues ese título lo convertía en consejero, confesor, psicólogo, árbitro, médico, etc.      
Desde que en dicho pueblo se abrieron las dos primeras escuelas dirigidas por don José Seminario y Palacios y Hermelinda Achútegui, allá por el año 1884, ha desfilado un gran número  de maestros, habiendo destacado muchos de ellos, como don Manuel Pío de Zúñiga y Ramírez, con cuyo nombre se designó al primer colegio que se creó en el distrito.
            Cada maestro que llegaba a trabajar a La Huaca, terminaba inmiscuyéndose en la actividad social de sus moradores y sintiéndose parte de la comunidad y además la gente lo veía como un ser que podía solucionarle todos sus problemas.
            Un caso típico, aunque éste sí era natural de La Huaca, fue don Celso Ramos Talledo Dioses a quien el pueblo en ocasiones lo llevó a ocupar el puesto de Alcalde, Juez de Paz, Secretario Municipal, Dirigente deportivo y Presidente de varias instituciones, cargos que podía desempeñar porque su labor docente la efectuaba en la Escuela Nocturna de su pueblo.
            Téngase en cuenta que por los años de 1960, ante la precaria situación de las familias  campesinas, los hijos se obligaban a ayudar en el campo a sus mayores, perdiendo así la ocasión de asistir a las escuelas.  Cuando pasaba algún tiempo y los padres caían en cuenta que sus muchachos no sabían leer ni escribir, recién los enviaban a la Escuela Nocturna.      Así, de pronto, se veía a un grupo de mozalbetes, asistiendo a clases nocturnas para que don Celso Ramos les enseñara las primeras letras y, poco a poco, ir pasando a otras secciones donde aprenderían cosas más avanzadas.
            La preocupación de los campesinos de aquella época era que sus hijos supieran leer, garabatear sus nombres y, sobretodo, que aprendieran a “hacer cuentas” para que les sirviera en los negocios de sus cosechas y de sus ganados.   Esa era la razón por la que el Primer Año tuviera un mayor número de alumnos, pues una vez que aprendían a medio deletrear y “hacer cuentas”, la mayoría de muchachos daban por concluidos sus estudios y abandonaban la escuela.  Por supuesto que estas decisiones contaban con la anuencia de los padres porque con ello recuperan brazos en beneficio de sus chacras.
            Cargado de paciencia el maestro Celso Ramos Talledo, recibía cada año a nuevos alumnos con los que tenía que lidiar muy fuerte, pues algunos eran casi adultos, llenos de mañas, de mente endurecida y de lo más “relajados”.  Quizá haber desempeñado tantos y diferentes trabajos, tenía muy claro que ninguno de ellos lo había agobiado tanto como ponerse a tratar de cultivar a esas mentes de muchachos que ya estaban pensando en formar sus propias familias, y que algunos de ellos llegaban con algunos tragos de chicha entre pecho y espalda, lo que los inducía al bostezo y al sueño.        Sin embargo, empeñoso como era, don Celso Talledo se armaba de toda la voluntad que le permitían sus 60 años de edad y se prometía a si mismo cumplir con tan apostólica y sacrificada tarea.
            Y todo este propósito lo puso de manifiesto al comienzo de un nuevo año escolar cuando se dirigió a sus nuevos alumnos que sumaban una veintena.  Aquella noche que había sido de presentaciones y conversaciones, cuando sonó la campana que anunciaba el término de clases y la consecuente salida, se dirigió a sus singulares discípulos y en tono muy serio les dijo:
            - Bueno, queridos alumnos, desde mañana empezaré a enseñarles a leer y escribir, lo que les será mucho en la vida.  También desde mañana les enseñaré a “hacer cuentas” para que nadie los engañe.  Por lo tanto, todos ustedes compren o presten una tabla y me la traen.
            - Está bien, Señor Maestro – contestaron en coro los alumnos, apurados por irse a sus casas.
            La oscura y silenciosa calle se llenó de ruido con los gritos y las risas que emitían los tremendos “camastrones” al corretear a los perros y gatos que encontraban en su camino.
            A la noche siguiente todos los muchachos mostraban sus “Silabarios” y sus tablas que contenían las cuatro operaciones básicas.  El Maestro, muy contento, empezó a pasar lista y cada uno de ellos al escuchar su nombre se ponía de pie y  contestaba “Presente” a la par que hacía sonar su carpeta de manera intencional.
- Muy bien alumnos.  Veo que solamente falta el alumno Flores Herrera Virgilio.  Les pido que esperemos unos minutos su llegada para empezar a enseñarles a sumar-  Dijo muy satisfecho don Celso.
            Justo, cuando terminaba de hablar el maestro, irrumpió en el aula el esperado Virgilio con su engominado pelo y asesando por el esfuerzo hecho por llegar a tiempo a clases y llevando bajo el brazo una tabla de cedro que seguramente había sacado de la tarima de su casa.
            Todo fue verlo y se armó la risotada y todos señalaban y le gritaban al pobre Virgilio que sorprendido y asustado escuchaba:
            - ¡Bruto!... De esa tabla no-  Y mostrando sus tablas de las cuatro operaciones agregaban eufóricos:
            - De estas tablas…, de estas tablas  ¡Animal!
            El maestro trató de terminar con el desbarajuste, pero tuvo que ponerse de cara a la pizarra esforzándose por contener la risa originada por la equivocación del alumno.
            El maestro Celso Ramos Talledo Dioses, siempre se sintió orgulloso de haber logrado, a través de su carrera docente, introducir a muchos muchachos en el campo de la lectura y el cálculo, pero se vio frustrado  –quizá por única vez-  al no haber tenido ocasión de cultivar la mente de Virgilio, que desde aquella noche decidió no pisar nunca más una escuela, a pesar de las constantes visitas que el maestro le hiciera a su domicilio tratando de lograr su retorno.

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