LA NOCHE DE LA CHANCHA


Las ancianas sentadas en los postigos de sus casas desenredaban misterios y daban explicación a hechos absurdos, imprimiendo con sus palabras a estos hechizos y brujerías, un matiz de realidad; especialmente en las mentes de los churres que solíamos acercarnos a estos grupos.
En silencio, les mirábamos el rostro que cobraba un aspecto trágico por la luz emanada del candil colocado en la arena. Sentíamos, por el movimiento de sus labios, que algo masticaban, como saboreando el efecto que producían cada una de sus palabras en nosotros.
Al grupo que más frecuentábamos estaba formado por doña Lucrecia Morán, doña Rosa Tauto, doña Felicia Barrientos y doña Rosa López, por la fluidez que tenían en narrar temas de brujerías, encantamientos y sobre transformaciones de personas en animales, relatos que nos mantenían en suspenso hasta el final, aunque luego el miedo nos hiciera llegar corriendo a nuestras casas como perseguidos por seres fabulosos.
Talvez, entre los muchachos a quien más impacto causaron aquellas veladas, fue a mí. Sin embargo traté de encontrarles y darles una explicación lógica, pero las evidencias se encargaban siempre de derrumbarlas. Y la primera manifestación de que tras todo esto existían fuerzas que implicaban una verdad, surgió una noche en que, tumbado sobre mi cama a causa del sarampión, pensaba lleno de tristeza que no iba a poder participar con mis amigos de escuela en las fiestas patrias que se avecinaban. Dirigía la mirada a las cadenetas y banderitas roji-blancas que colgaban de las paredes e imaginaba a mis amigos vestidos de caqui desfilando alrededor de la plaza y luego dirigiéndose a recibir las golosinas que el Municipio regalaba a todos los escolares.
Estaban por mi mente discurriendo los pensamientos a raudales, cuando sentí que de un tirón me quitaban las sábanas y un fuerte bramido hizo arrojarme al suelo desde donde vi salir a una chancha en loca carrera. Quienes se encontraban en la habitación contigua ingresaron alarmados a mi cuarto para averiguar qué sucedía, pero se negaron a creer lo que les narré, aduciendo que todo era producto de mi estado febril. Quise creerlo, pero ¿cómo explicar lo de la mesa de noche y las sillas tumbadas?, ¿qué decir de los pelos de cerdo que quedaron enredados en el marco de la puerta?
Traté de olvidar este hecho pero con el paso del tiempo crecía mi convencimiento de lo real de esta experiencia por lo tanto que contaban las gentes; incluso afirmaban haber sido testigos de transformaciones increíbles. Se decía, por ejemplo, que un hombre había matado a una lechuza que por muchas noches llegaba a llorar a su ventana, y que mientras ésta agonizaba iba tomando la humana forma de su propia abuela. Se contaba también de un anciano que bajaba siempre por las noches al río y que en una ocasión, en luna llena, fue visto por el canoero arrojarse desnudo al agua para allí convertirse en lagarto y ponerse a retozar hasta llegada la medianoche en que recobró su natural estado.
Al pasar el tiempo, el 4 de julio de 1981, era yo un adulto, enamorado de las noches estrelladas y de la luna, lo que me llevaba a emprender largas caminatas por las calles de mi viejo pueblo. En esa noche llovía, �algo raro en aquella época del año- mis ojos escrutaban el camino para no caer en algún lodazal; cuando de pronto, al cruzar una esquina, una chancha enfurecida se arrojó hacía mí buscando mis piernas con sus tarascadas. Se agolparon en mi mente las increíbles historias escuchadas y el pánico parecía paralizar mi cuerpo.
Logré arrinconarme a una pared eludiendo las feroces embestidas, y casi al borde de gritar pidiendo auxilio, mis manos pudieron tomar de la quincha un palo y lo azoté sobre la cabeza del bravo animal. La lluvia se detuvo y el silencio fue total. Me pareció haber escapado de una pesadilla, pero allí estaban mi pantalón enlodado, el garrote en mis manos y una angustia terrible en mi pecho, la que se disipó al siguiente día ante la noticia de que una chancha había atacado a varios noctámbulos. Eso me hizo pensar que todo había sido real.
Diez años después, el 4 de julio de 1991, el pueblo de La Huaca vivía ya un cambio. Se le habían incorporado varios servicios propios de una ciudad, entre ellos el eléctrico, servició que 12 días atrás se había inaugurado para beneplácito de los pobladores que ya podían pasear noche a noche por calles y por plazas sin ningún temor, y también para alegría de los niños y jóvenes que se quedaban jugando al fútbol hasta el borde de la medianoche.
Aquella noche me había quedado en casa disfrutando de la televisión en la que se transmitía un programa relacionado con el aniversario de la Independencia de los Estados Unidos de Norte América, cuando un griterío que venía de la calle llamó mi atención. Al salir vi a mucha gente que, por los palos que llevaban y los gritos que daban, parecía que iban a linchar a alguien. La curiosidad me llevó a sumarme al grupo tratando de desgranar alguna versión de lo que estaba sucediendo.
Don Teófilo era un hombre que vivía solo, y esa noche había salido con unos amigos a divertirse un poco, razón por la que llegaba un tanto ebrio a su casa. No bien había puesto un pie en la sala cuando recibió el impacto de una masa grande y peluda que lo arrojó al suelo, pero como su ebriedad no era mucha, logró reaccionar inmediatamente y correr tras la chancha que, bufando, tomó la avenida principal. A su paso los vecinos, con piedras y palos, se sumaron a la persecución causando gran alboroto. Cuando ya el grupo estaba por darle alcance, la chancha se esfumó ante sus ojos causando confusión, temor e incredulidad entre sus perseguidores, que se quedaron en las esquinas hasta muy tarde comentado el hecho.
Uno de los más sorprendidos fue un Guardián Municipal, el mismo que había observado cuando don Teófilo llegó a casa y vio cuando éste cayó al suelo para luego incorporarse y pedirle que atajara a algo que él no veía.
La noticia de este hecho se regó hasta más allá de los linderos del pueblo y, claro está, fue tomado como ficción o como ejercicio brujesco por quienes lo protagonizaron.
Estoy seguro que la imaginación de mi pueblo dará a este suceso un lugar en el universo de sus tradiciones y aunque lo aquí anotado pase al campo de los insólito, dentro

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