EL HOMBRE DEL PERRO


“EL HOMBRE DEL PERRO”, con el seudónimo SOL Y ARENA III, obtuvo Mención Honrosa en el II Concurso de Cuentos y Leyendas (1991) convocado por Radio Cutivalú y CIPCA-PIURA.


EL HOMBRE DEL PERRO


La peste bubónica aparecida en La Huaca en el año de 1904 no solamente dejó una secuela de dolor, angustia y pánico, sino que a raíz de ella se tejieron leyendas que aún se siguen contando, alimentadas con la influencia de otras de lugares vecinos.
La leyenda presente fue naciendo por el miedo que se sentía por una casa abandonada cerca de la hacienda “Santa Ana”, la que por los años de la peste bubónica sirvió de lugar de “cuarentena”, donde los arrieros y visitantes tenían que permanecer 15 días en observación para asegurarse de que no estuvieran contaminados y poder ingresar al pueblo de La Huaca.
La peste estaba diezmando a los pueblos vecinos como Paita y Colán, especialmente al puerto donde atracaban barcos extranjeros, refugios de ratas que eran las primeras en saltar a tierra, dejando a su paso inundada la población de pulgas transmisoras del terrible flagelo.
Los moradores preocupados formaron un cordón humano a lo largo del perímetro de la población, y las autoridades solicitaron al Prefecto de Piura la suspensión del tránsito del Ferrocarril Paita � Sullana para evitar el contagio. A pesar de esta medida, justo, en la casa de la cuarentena estalló el mal, muriendo diariamente gente del lugar y foránea. Nulos eran los esfuerzos de los médicos y “acomedidos” por evitar la propagación de la peste. Los muertos eran sepultados en fosa común, envueltos en sábanas o sacos y el temor de la gente aumentaba cada día.
Según cuentan algunos, el pánico hacía que sepultaran a personas aún con vida y que, en un grado máximo de psicosis, la gente llegara a quemar la casa de la cuarentena con todos sus ocupantes: muertos y agonizantes.
Cuando la peste fue dominada, la tranquilidad y la calma animaron a los pobladores a visitar la quemada casa de la cuarentena, la que solamente exhibía escombros, horcones carbonizados y formas humanas ennegrecidas que el viento, la arena y el tiempo se encargaron de cubrir.
Después de unos años, las lluvias constantes trajeron nueva vida a La Huaca, y en el lugar de la casa siniestrada nació un frondoso vichayo que daba unos anaranjados y olorosos frutos, pero que ni el más travieso de los churres osaba tomar porque escuchaban de sus mayores que este vichayo, desde las diez de la noche empezaba a sonar como si algo se quemara, y al borde la medianoche se veía salir de entre sus ramas a un hombre con el cuerpo y las ropas quemadas jalando un perro en dirección al cementerio.
El respeto y temor que por muchos años ganó esta zona traspasó las fronteras del distrito, y uno de los tantos encargados de difundirlos fue aquel vendedor de cachemas que, queriendo estar en la madrugada en el mercado para vender su mercancía, salió de Colán al anochecer y a la medianoche se topó con el hombre del perro que hizo que su burra se espantara golpeándolo y botando las alforjas con pescado. Al día siguiente, un pastor que buscaba unas cabras extraviadas, al ver la gran cantidad de gallinazos que revoloteaban a la altura de la hacienda “Santa Ana”, se encaminó presuroso hacia ese lugar, quedando sorprendido al ver que lo que las aves festinaban eran pescados.
De no haber encontrado al pescador acurrucado en una acequia que fuera de sí decía “¡he visto al diablo!..., ¡he visto al diablo!”, y, tartamudeando, contar lo sucedido, el pastor hubiese creído que en aquella noche, hace mucho tiempo atrás, habían llovido peces.

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